Su nombre completo era la “Hacienda Florida de San Pedro Alejandrino”, por otras razones ―y tal vez para efectos de economía del lenguaje— la llaman ahora la Quinta de San Pedro Alejandrino, algunos con mayor vocación de ahorro le dicen la quinta, aunque de florida tiene mucho y lo cierto es que su belleza compite con su impresionante legado histórico.
Siglos atrás, donde ahora regenta el colorido del Jardín Botánico, las extensas y doradas plantaciones de caña de azúcar engalanaban la escena campestre de la quinta, de dichas plantaciones se obtenía el insumo elemental para la elaboración de panela, miel y ron. Hoy en día se mantiene en pie el antiguo ingenio donde los trabajadores de la familia De Mier creaban su particular alquimia para los productos anteriormente mencionados, que eran comercializados por todo el Caribe.
Así que debido a su rica historia y a sus muy ilustres propietarios —se presume que tuvo casi una veintena de dueños de alta alcurnia— ya desde 1891 este espectacular recinto es declarado como Monumento Nacional Histórico.
Pero la parte más destacada de esta historia centenaria concierne a toda la América libre. Aquí vio el final de sus gloriosos días el Libertador Simón Bolívar, una personalidad solo equiparada con los más grandes próceres del planeta. La estadía de Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino tiene mucho que ver con la accidentada historia de la Gran Colombia, pero basta con decir que tras su renuncia a la presidencia y buscando exilio, Bolívar de camino al mar se refugia en la quinta. Lamentablemente, después de once días de permanencia, el libertador cae gravemente enfermo y fallece.
De ese increíble legado nos queda entonces la huella material. El edificio está enlucido de un amarillo ocre, y sus líneas representan con absoluta fidelidad el estilo colonial de su época. Los principales recintos de este monumento histórico se encuentran en la Casa Principal de la hacienda. Éstos constan de una sala principal, una alcoba donde expiró el libertador (se puede apreciar la cama, una mesa de noche, una silla y un escritorio done ingenió su última proclama), un cuarto de baño, una capilla, una biblioteca, la sala de la independencia, la sala bolivariana, la sala del centenario, una cocina y la vieja caballeriza.
Entre estos significativos espacios el visitante puede observar singulares objetos que dan fuertes luces de cómo se vivía en la época, e incluso lo que comían aquellos hombres y mujeres. Destacan de estos artículos históricos el muy bien conservado mobiliario del siglo XVII al igual que otros efectos personales que hacen un recuento de la vida de sus antiguos propietarios como de lo los últimos días del Libertador (el reloj que cuelga de la pared y que hace siglos fue detenido instantes después de la muerte del prócer es tal vez uno de los más valiosos testimonios materiales).
En la actualidad este importante baluarte de la historia y el arte, es administrado por la Fundación Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. Su acceso está permitido a todo público por una módica suma de dinero, siempre y cuando los asistentes ostenten unos mínimos de decoro y honra a la memoria del Libertador tanto en su comportamiento como en su atuendo.